sábado, 18 de abril de 2020

Las pestes matan personas y dejan el alma a descubierto


Buen título para ver el alma de este presidente títere quien, hablando con Macrón, tuvo el tupé de recordar a Albert Camus, recordado autor de La Peste”. Como buen peronista, nada le costó olvidar que en junio de 1949, el gobierno, del mismo color político al que dice pertenecer el “presidente títere” prohibió las representaciones de una obra de teatro (El malentendido) escrita por Albert Camus y que estaba representando en Buenos Aires la famosa actriz Margarita Xirgu. Las autoridades de entonces no titubearon en censurar a un escritor consagrado en el extranjero para cuidarnos a los argentinos de ideas tan peligrosas como la libertad o la tolerancia. Pocos meses después, en agosto, cuando se anunció la visita del autor de esa obra, auspiciada por el gobierno francés, funcionarios gubernamentales argentinos, torpemente, presionaron a la embajada francesa en Buenos Aires para exigir que Albert Camus les diera a conocer, por anticipado, el tema y el contenido de las conferencias que daría aquí. Camus proporcionó, sí, el tema: "La libertad de expresión" y, consecuente con las ideas que expondría, se negó a anticipar el contenido de sus palabras. Ante una mayor presión (y ante lo que la embajada describió como "un posible segundo escándalo"), desistió de dar sus conferencias. Camus habló en varias ciudades del Brasil, en Montevideo y en Santiago de Chile, pero no en la Argentina. Prefirió recluirse durante toda su estadía en la casa de Victoria Ocampo, que le dio albergue y comprensión. Por supuesto: pocos años más tarde, ella también iría presa. Pero esa es otra historia. Muchas son las conclusiones que pueden extraerse de esta historia. Pero a quien carajo le interesa en este país de mierda.

martes, 21 de enero de 2020

LA TRISTÍSIMA HISTORIA DE LA DEMOCRACIA ARGENTINA CONTADA POR ALGUIEN QUE LA VIVIÓ. 10 de diciembre de 1983-8 de julio de 1989


Para principios de los años 80, los vientos de la democracia comenzaron a soplar en la Argentina. Claro que no fue azar ni casualidad.
Porque para la misma época – año más, año menos – colapsaron progresivamente los regímenes militares del vecindario.
Cabe pensar que la administración estadounidense de esos tiempos comprendió que los gobiernos autoritarios y bananeros  le habían ocasionado más zozobras que alegrías. Así que los militares a la chirona y los políticos a ensayar sus abracadabras.
Y se votó con entusiasmo. Porque se presentó un candidato que ilusionaba después de tantísimos años de irracionalidad y arrebato. Y los atolondrados de costumbre – entre los que me incluyo – pensamos que podía cambiar la historia si derrotaba al candidato peronista. Un candidato débil y desbordado por el sindicalismo y por resabios de violencia.
Las gentes pedían paz. Además de dinero, claro. Y se produjo el milagro.
Un talante más respetuoso  en lo institucional y su espíritu pacificador distinguieron al postulante ganador. Por lo demás, nadie sabía que proponían los contendientes para que el país ingrese en la modernidad y participe de la prosperidad que, hasta según el más tonto del pueblo, se merece.
Pero todos partían de la pamplina que vivimos en un país rico y que solo basta con que el estado distribuya bien los tantos.
Por cierto que el ungido cambió el clima espiritual de la sociedad. Llevó al banquillo de los acusados a militares responsables de tanta malevolencia y trató de desbaratar las dos principales corporaciones abanderadas del corporativismo y alineadas con el candidato perdedor. Aunque fracasó en las dos acometidas. No pudo ni con la mafia sindical ni con las tramoyas de la iglesia.
Por lo demás, mantuvo y acentuó el funcionamiento corporativo de la sociedad hasta que la acometida se fue a hacer puñetas antes de tiempo.
Claro que fueron muchos los que colaboraron para ese final casi oprobioso. Un país acostumbrado a vivir al margen de la ley; una dirigencia sindical que no le dio un minuto de respiro; militares que aún acechaban con su intemperancia; personeros de los mil y un curros financiados con dineros públicos  y la nueva fauna provenientes de los comités y las unidades básicas, en su inmensa mayoría cargados de slogans, frases hechas, fantasías y necesidades económicas.
Esta especie cada vez más abundante en embusteros, analfabetos, cantamañanas  y aficionados a lo ajeno. En fin, en todo tipo de cabroncetes que se apuntaron a los cargos públicos.
Sin olvidar, claro, los haceres del que nos ilusionó. Quien resultó mucho más apesebrado de lo que parecía.

lunes, 6 de enero de 2020

El Banco Central argentino y sus "increíbles" políticas monetarias



Enrique Szewach LA NACION6 /1/2020





El 9 de diciembre próximo pasado, dejaba su cargo el presidente numero 61 del Banco Central argentino desde su creación. De esos 61 presidentes, sólo uno, el primero, cumplió su mandato. Todos los demás renunciaron antes o fueron destituidos. Ese mismo día, caprichos de la historia, moría en New York, Paul Volcker, quién fuera presidente de la Reserva Federal, durante dos mandatos, con dos presidentes estadounidenses diferentes y de distintos partidos políticos: Jimmy Carter y Ronald Reagan.
Paradójicamente, Volcker y los sucesivos presidentes del Banco Central argentino tienen algo en común, sus políticas monetarias fueron "increíbles", no creídas. La gran diferencia a favor de Volcker es que éste mantuvo su política monetaria increíble, con super tasas de interés y una gran recesión, y que tanto Carter, al que le costó la reelección, como Reagan, lo mantuvieron en el cargo. Volcker persistió en su política y al cabo de su mandato, la inflación de más del 15% con la que asumió, había bajado al 3,5% y nunca más abandonó ese sendero. Paul Volcker inauguró, con su persistencia, y el apoyo político, la era de los banqueros centrales "creíbles". A partir de allí, y más claramente, desde mediados de la década del 90, la inflación dejó de ser la pandemia que era, y sólo se presenta en muy pocos países del mundo.
La economía es expectativas. Toda decisión se basa en lo que alguien espera del futuro, y en este particular tema de combatir la inflación, son los bancos centrales los encargados de anclar y coordinar esas expectativas. Ese camino que inició Volcker con altísimas tasas de interés y recesión para "comprar" credibilidad, termina en un banquero central, Mario Draghi, en ese momento presidente del Banco Central Europeo, que salvó al Euro, y en mi exageración, a la propia Europa, con tan sólo tres palabras (o cinco en castellano) "Whatever it takes" (todo lo que sea necesario). De la falta de credibilidad de Volcker a la total credibilidad de Draghi.

El paisaje

Por supuesto, sería abusar de reduccionismo no mencionar las condiciones de paisaje que facilitaron la tarea de los bancos centrales y su credibilidad. Por un lado, la globalización y la apertura comercial que introdujeron alta competencia, en particular de los asiáticos, en todos los mercados, obligando a las empresas a ser cada vez más productivas, con precios "dados", para ajustar sus costos y su rentabilidad, y no al revés. (fijar los costos, la tasa de ganancia y poner el precio). Por otro lado, un marco institucional que profesionalizó y le dio plena autonomía operacional a los Bancos Centrales, más allá de la Fed, o el Bundesbank, en el resto del mundo, limitando, entre otras cosas, el financiamiento monetario a los gobiernos. Un tercer elemento ha sido la integración monetaria y financiera, que dificulta el cobro de un exagerado impuesto inflacionario, porque se puede eludir cambiando de moneda, o de país.
En síntesis, la elevada inflación en el mundo ha sido erradicada, gracias a la apertura comercial, al libre movimiento de capitales y a Bancos Centrales profesionales e institucionalmente respetados, con mayor capacidad de actuar sobre las expectativas. (Dicho sea de paso, varios de estos elementos se han visto amenazados en los últimos tiempos por el auge de gobiernos proteccionistas y poco proclives a respetar los límites que impone la institucionalidad).

El caso argentino

La Argentina no es una economía abierta y competitiva, por lo tanto, muchos de los precios, incluyendo los que regula el Estado, se fijan desde los costos, a los precios, y no al revés. Y, por lo expuesto al comienzo, tampoco las autoridades del Banco Central son institucionalmente respetadas, a pesar de su carta orgánica. En general, entonces, el paisaje resulta hostil para una política monetaria creíble.
Paso ahora a la que, a mi juicio, es la causa central de la incredulidad del Banco Central, desde el punto de vista instrumental.
La sociedad argentina demanda servicios y subsidios del norte de Europa, pero carece de la productividad necesaria para pagar los impuestos necesarios para financiar este gasto y ser, simultáneamente, competitiva. El sistema tributario es mayormente unitario en la recaudación, pero es federal en el gasto. No hay incentivos para tener un mejor sistema impositivo ni un gasto más eficiente. Para colmo de males, entre el 2005 y el 2015, el gasto público nacional aumentó casi 15 puntos del PBI, el empleo público provincial creció un 50% en promedio y, también en promedio, las provincias sólo asignaron el 13% de su presupuesto en inversión.
En este contexto, la Argentina tiene un déficit fiscal estructural. Se paga con inflación, cuando financia el Banco Central, o se paga con deuda.
Pero sucede que la inflación y las tasas de interés negativas, destruyeron el mercado de capitales argentino y a la moneda local. Por lo tanto, cuando se paga con deuda, la deuda se contrae, mayormente, en dólares. Como nota al pie, el argumento de que "como hoy la relación deuda pública/PBI con privados es sólo 50%, la Argentina no tiene problemas de solvencia, solo de liquidez", no se sostiene. Los acreedores no cobran en pedacitos de PBI, prestan y cobran en dólares. Y el Estado argentino, no emite dólares. Lo que miran los acreedores es la capacidad de la Argentina de generar dólares con sus exportaciones o con inversiones extranjeras directas, para pagar los intereses, y la capacidad del Estado argentino para "apropiarse" de esos dólares, que son del sector privado. Por eso, también resulta ociosa la discusión "shock o gradualismo" en materia fiscal. Más allá de la voluntad política o de lo óptimo que resulte una u otra opción en cada momento, esa decisión depende de cuánto estén dispuestos a financiarnos los acreedores. Cuando no hay financiación, la opción es emisión, shock o default. Y minimizar el shock es el FMI y/o "reperfilar".
Retomo. El sólo hecho de contraer deuda externa impacta sobre la credibilidad del Banco Central, aún cuando no financie directamente al sector público. Cuando el Estado se endeuda tiene que vender los dólares porque su gasto es en pesos. ¿Dónde los vende? ¿En el mercado, y genera sobreoferta en el mercado de cambios, influyendo en la cotización? ¿Se los vende directamente al Banco Central, que emite pesos para comprar los dólares, poniéndole un piso al precio del dólar y afectando la política monetaria? ¿Para evitar las consecuencias de la emisión, tiene el Banco Central que absorber esos pesos aumentando encajes, o colocando deuda remunerada? Eso es en el camino de ida. ¿Y en el de vuelta? Si el gobierno tiene superávit fiscal en pesos para pagar los intereses de la deuda ¿El Tesoro le compra los dólares directamente al Banco Central, si es que acumuló reservas? ¿Si no los tiene, se los saca al Banco Central, colocando un "vale de caja" en su activo y reduciendo las reservas disponibles? ¿Los compra en el mercado generando una sobre demanda y afectando la cotización? ¿O los "expropia" con el control de cambios, a un precio diferente del de mercado?
Como puede apreciarse, la forma en que se respondan estas preguntas no resulta neutral respecto de la política cambiaria y monetaria. ¿Cómo puede un Banco Central influir positivamente sobre las expectativas a "bajo costo" en este contexto?
Pero existe una cuestión previa. Por todo lo anterior, la Argentina es un país, para ser generoso, bimonetario, en dónde las transacciones se realizan en pesos, pero el ahorro es en dólares, de manera que la expectativa sobre la evolución del tipo de cambio, el valor que relaciona los ingresos en pesos de los argentinos con la moneda en que ahorran, resulta clave. Los precios internos en mercados poco competitivos y con el dólar como unidad de cuenta, tarde o temprano se ajustan a la evolución del tipo de cambio. Por eso, los momentos "exitosos" de control de la inflación se dan con tipo de cambio fijo. (o lo suficientemente "adelantado" como para que, en el corto plazo, el ahorro transitorio en pesos aumente artificialmente la demanda de moneda local). Pero el problema es que, dado que no estamos en una zona comercial de una moneda única, una devaluación de un socio comercial importante, o cambios violentos en el escenario internacional, con tipo de cambio fijo, obliga a ajustar por cantidades y no por precio, en particular en el mercado de trabajo. Todo shock externo amplifica la recesión y el desempleo. En este contexto, entonces, lo mejor es tener un tipo de cambio fijo "ajustable", lo que le pone un piso a la tasa de interés local y a la tasa de inflación, o alternativamente, un tipo de cambio flotante, pero con muy baja volatilidad, lo que obliga a una política monetaria muy creíble y que el Banco Central tenga capacidad de intervención. Pero si se mantiene el déficit fiscal financiado con deuda, esa credibilidad se va erosionando, porque se sabe que, tarde o temprano, o se acaba emitiendo, o se acaba expropiando directa o indirectamente a los que producen dólares o a los ahorristas en dólares en el mercado local.

El Banco Central de la Presidencia Macri

Permítanme ahora ejemplificar con los años del gobierno del Presidente Macri. Simplificando, el camino del Banco Central del 2016-2019, fue el camino desde un Banco Central casi "a la Draghi", hacia un Banco Central, casi "a la Volcker". Me explico. El Banco Central de Sturzenegger, instrumentó una relativamente rápida liberalización del mercado de cambios, y un tipo de cambio flotante, con intervenciones esporádicas ante shocks externos reales. Y una política monetaria basada en la tasa de interés, para controlar la cantidad de dinero, y metas de inflación para guiar las expectativas. Se registró un aumento de la tasa de inflación inicial, por la unificación cambiaria y por la necesaria reducción de los subsidios a los precios de los servicios públicos. Decidió, también, comprar los dólares que obtenía el Estado para financiar el déficit fiscal, esterilizando dicha emisión colocando deuda remunerada en moneda local (Lebacs, leliqs, etc.). (Esto también tiene efectos inflacionarios, porque, como comentaba más arriba, le pone un piso al tipo de cambio). Este esquema estaba "amenazado" desde el principio por varias razones, pero la principal fue la cuestión del Balance del Banco Central, con activos en dólares, comprados con deuda en pesos a tasas altas. (al ingreso de dólares para financiar el déficit fiscal, hay que sumarle el ingreso de dólares para obtener ganancias de corto plazo en el mercado local o para financiar la inversión). El argumento de que "el Banco Central compra reservas en momentos de calma y las vende en momentos de turbulencia y, gana con la diferencia de cambio, compensando, así, las pérdidas de corto plazo por pagar la tasa de los instrumentos de absorción, de manera que no hay que preocuparse por el balance" es un argumento para países que tienen moneda propia, en dónde el Balance del Banco Central indica la capacidad de hacer política monetaria autónoma. En la Argentina, como al final del día la gente demanda dólares, lo que importa es cuántas reservas hay, y bajo qué condiciones se venderán. En ese contexto, la "ganancia" del Banco Central, es la "pérdida" de los tenedores de pesos que quieren dólares. "En las turbulencias, me vas a vender los dólares mucho más caro, o directamente, no me los vas a vender". Sin embargo, el proceso de desinflación de los dos primeros años del gobierno de Macri, y la influencia sobre las expectativas resultó relativamente exitoso, aunque con volatilidades derivadas de errores en el manejo de la tasa de interés y del esquema de reducción de subsidios mencionado. La economía creció de la mano de la inversión y el crédito se expandió fuertemente. Es en este aspecto que considero que fue una etapa "a la Draghi", porque tuvo mucha influencia a favor, en las expectativas de inflación, la credibilidad del entonces Presidente del Banco Central, Federico Sturzenegger y la idea de que el Presidente Macri lo defendería contra todas las presiones. Quiero ilustrar este punto con una anécdota que me impresionó. En una de las reuniones periódicas que, en el Banco Central, manteníamos con economistas del sector privado, y hablando de las expectativas de inflación para el 2018, uno de los economistas más prestigiosos de la Argentina nos dijo "y pongo ese número porque están ustedes, si no pondría uno mucho más alto". El mejor ejemplo de que el manejo de las expectativas, pese a todo, funcionaba, fue que muchos acuerdos salariales empezaron a cerrarse mirando más la inflación guiada por las metas, que la inflación pasada. (Es cierto que con la "tecnología gatillo", pero esto sólo reducía la presión sobre la tasa de inflación esperada). Lo cierto es que, pese a que la economía crecía, y de la mano de la inversión y de la recuperación del crédito (a una velocidad, a mi juicio, incompatible con la política de estabilización) las presiones para aflojar la política monetaria, y "actualizar las metas" se incrementaron, tanto por parte de los que reciben crédito subsidiado en el sector privado (que son pocos, por cierto, con mucho poder de lobby), como por el mismo gobierno que, con gran parte del gasto indexado con la inflación pasada, veía difícil cumplir con la meta fiscal, si la inflación seguía un sendero decreciente. Finalmente, la ahora tristemente célebre conferencia de prensa del 28 de diciembre del 2017 terminó con la credibilidad de Sturzenegger. (el "whatever it takes" se esfumaba). A eso se le sumó la sequía, el cambio de la política monetaria de la FED y la certeza de que lejos de aprovechar el triunfo electoral de medio término para encarar las reformas que hacían falta para crecer en serio y además reducir el déficit estructural, para hacer sostenible la deuda, el gobierno iba a seguir en más de lo mismo. El crédito voluntario externo se detuvo de golpe y el cambio de portafolios hacia el dólar se disparó.
Se intentó superar este escenario con el primer acuerdo con el FMI, que aspiraba reabrir los mercados para la Argentina, con un modesto ajuste fiscal y ganando credibilidad mejorando el Balance del Banco Central. Pero el FMI nunca entendió el carácter bimonetario de la Argentina. (y si lo entendió, lo disimuló muy bien), y presionó por la libre flotación sin intervención del Banco Central. El segundo presidente del Banco Central de la era Macri, más en la tarea de minimizar daños y convivir con un mercado hostil, que en la de diseñar política, decidió, correctamente, intervenir de todas maneras y evitar una depreciación aún mayor del tipo de cambio, y su consecuente efecto sobre la estabilidad macroeconómica y política. Pero la credibilidad del Banco Central empeoró, dado que ahora se estaba incumpliendo con el acuerdo con el FMI. Llegó, entonces, un nuevo presidente del Banco Central y el segundo acuerdo con el Fondo. Un acuerdo semi "Volckeriano". Una política monetaria muy estricta que, por no ser inicialmente creída, iba a lograr la desinflación, (más lenta por el ajuste de tarifas y acuerdos salariales con expectativas de inflación desancladas) pero a costa de profundizar la recesión, de la cual recién se empezó a salir a finales del segundo trimestre del 2018, impulsada por la recuperación del sector agropecuario, post sequía. Es decir, se empezaba a tener éxito "a la Volcker" pero en un escenario electoral en que los costos fueron enormes. (¿Carter y Macri un solo corazón?). Una anécdota respecto del problema de la credibilidad y el nivel de actividad fue el comportamiento del sector automotriz, que subió sus precios, no creyendo en la política monetaria. El resultado: sólo vendió cuando, con subsidio del Estado, los precios bajaron. Si hubiera aumentado los precios, creyendo en la política monetaria, hubiera vendido más y antes. (Generalizando al resto de los sectores, el proceso de desinflación hubiera sido más intenso. De hecho, los descuentos y promociones proliferaron para compensar los aumentos de precios incompatibles con la política monetaria). Esto no es una acusación al sector privado, es un ejemplo del problema de una política monetaria increíble, aún con el FMI detrás. Increíble, no sólo por las chances que le asignaba el sector privado al abandono o la violación del acuerdo, por presiones electorales, si no también increíble, porque el FMI insistió, en su "empecinamiento terapéutico" con bandas de flotación muy amplias, y poco margen de intervención en el mercado de cambios.
Finalmente, el resultado de las PASO alteró dramáticamente las expectativas en horas e hizo mucho menos creíble aún la política del Banco Central, porque se esperaba que un nuevo gobierno introdujera tanto el control de cambios como una política monetaria más laxa. Obviamente, como los mercados se anticipan, ambas cosas tuvieron que hacerse antes, para poder manejar la transición, y evitar un desborde inflacionario.
Sin acceso al mercado de deuda, sin el apoyo del FMI, el único camino posible es el default, el "reperfilamiento" de la deuda, o el shock fiscal. O un shock fiscal que haga posible el reperfilamiento de la deuda.
Otra vez, con déficit fiscal financiado con deuda, al final del camino, no están ni Draghi, ni Volcker, sólo funcionarios argentinos haciendo lo posible, minimizando costos.
No hay política de desinflación creíble, con déficit fiscal.

A modo de corolario

La Argentina no crece desde hace casi una década. Mientras su población aumentó. El crecimiento no se logra con más gasto público infinanciable. El gasto público creció 15 puntos de PBI y la economía se estancó. Tampoco crece con más inflación. Si fuera cierto, seriamos el país más rico del mundo.
Tampoco el crecimiento responde a una decisión voluntarista.
La economía crece con inversión y productividad. En alta inflación, la volatilidad de los precios relativos dificulta calcular la rentabilidad de los proyectos. Con un gasto público infinanciable, resulta difícil ser competitivos en el mundo, dada la presión fiscal y de costos sobre quienes producen. Pesificando, "a la fuerza" se pone una barrera entre la Argentina y el ahorro de los argentinos que está fuera del sistema financiero local, financiando el crecimiento de otros países.
En este contexto, sólo invierten los que tienen superproductividad en un ciclo corto de recupero, los que tienen capital hundido y no tienen más remedio, y los que reciben algún premio, subsidio o coto de caza. O el Estado, que no tiene fondos. La inversión, por lo tanto, es baja, y los mismo ocurre con la productividad. Lograr el equilibrio macroeconómico es condición necesaria pero no suficiente. Hace falta un programa integral que combine la estabilización con los incentivos adecuados para invertir y mejorar la productividad. Cualquier otra cosa, sirve por un tiempo, pero no sirve para crecer. No es teoría, es práctica.


domingo, 20 de octubre de 2019

ANTE LA OPCIÓN DE HIERRO QUE PLANTEÓ ALFONSÍN


En 1983, durante el cierre de su campaña, Raúl Alfonsín planteó en aquellas elecciones la opción entre democracia y autoritarismo. Lo recordó Joaquín Morales Solá el domingo pasado. Duele constatar que pasaron en vano más de 35 años. Peor, en la sociedad no parece haber acabada conciencia de que hoy, después de todo este tiempo, estamos en el mismo lugar. Con otro agravante (porque también carecemos de memoria): el autoritarismo que parece a punto de regresar mostró todo su poder de daño hace muy poco. En verdad, aunque elijamos ignorarlo, llegaremos a las urnas caminando sobre los escombros -materiales y morales- que dejó a su paso.
Son pocos los que lo dicen con todas las letras: la opción que en su momento describió Alfonsín y ahora se reedita es de hierro, porque se trata de dos términos antitéticos. El autoritarismo, siempre, busca devorar a la democracia. Es su naturaleza. No se puede esperar otra cosa de él. Esto fue lo que intentó hacer Cristina Kirchner durante sus años en la presidencia. Sus actos estuvieron dirigidos a exhibir su poder y a acrecentarlo, para erigirse en una líder carismática y gobernar por encima de la ley. En ese tránsito, apuntó directo contra los poderes fundamentales de la democracia. Llegó bastante lejos en su intento de tragarse a la Justicia y a la prensa. No logró plantar bandera tras la invasión, pero dejó tierra arrasada. Y en el camino sus huestes se llevaron lo que pudieron.
Lo raro es que nos encaminamos a votar como si nada de todo esto hubiera ocurrido. Como si fuera una elección más. No lo es. Uno de los candidatos, el favorito tras las PASO, está sostenido por una fuerza política que ayer nomás, cuando fue gobierno, intentó socavar desde adentro el sistema por el que ahora busca volver al poder. ¿Lo intentará de nuevo si se impone en las urnas? Cristina, que se escondió detrás del candidato, sigue siendo la misma. Sus dichos y sus actos lo confirman. ¿Y Alberto Fernández quién es? Fue parte del riñón del kirchnerismo. Luego abjuró de su fe durante un breve exilio y condenó con dureza los excesos de su compañera de fórmula. Pero no dudó en volver a unirse a ella en matrimonio de conveniencia cuando vislumbró la posibilidad de llegar al poder. Lo mismo hizo después la patria corporativa que lucra con los fondos públicos desde hace décadas: sindicalistas, intendentes, gobernadores y empresarios acostumbrados a las prebendas y los privilegios. Cuentan con la bendición de una Iglesia que le tiene miedo a la libertad. Los fieles no han de pensar por sí mismos. El caudillismo populista cristiano, como lo llamó Jorge Fernández Díaz, no quiere ciudadanos sino un rebaño que los líderes esclarecidos puedan pastorear.
Ni siquiera hace falta hacer un poco de memoria para advertir qué está en juego el domingo 27. La avanzada contra la prensa ha sido reactivada en estos días, sin disimulo y con determinación. Es otra buena muestra de cómo ha actuado siempre el kirchnerismo: de menos a más y ante una opinión pública lenta de reflejos. De una operación grosera nacida en una intriga carcelaria, la causa inexplicable que impulsa el juez Ramos Padilla creció tal como lo hizo en su momento la voraz ambición de la expresidenta en el poder: mientras la sociedad dormía. La reacción que llega tarde no es reacción. Así, de manera impensada, ese zarpazo "judicial" insólito tendiente a desbaratar con chapuzas la más sólida investigación contra la corrupción kirchnerista, impulsado por los jueces parciales de Justicia Legítima, hoy es un ariete -acaso el primero de este nuevo capítulo, de ganar los Fernández- contra la prensa independiente y la investigación periodística. Si logran acallarlas, el camino hacia la impunidad definitiva habrá sido allanado.
Agazapados tras los modos calculados del candidato, subidos a los votos de una compañera que los menospreció hasta la humillación, los peronismos se reunificaron ante la oportunidad de regresar al poder. Nada que no haya ocurrido antes. Lo difícil de explicar es que, de nuevo, consiguieron instalar en la opinión pública la idea de que esta vez será distinto, a pesar de que el núcleo duro de la expresidenta quiere más de lo mismo y espera obtenerlo. Contra todos los antecedentes autoritarios a mano, contra toda la evidencia de corrupción reunida en causas que corren peligro de extinción, mucha gente que no votará al Frente de Todos elige creer buenamente en esa posibilidad. Solo así se explica que estemos afrontando esta elección como una más y que se soslaye esa opción ineludible que apuntaba Alfonsín, hoy incluso más vigente que entonces.

La Nación
19 de octubre de 2019  


lunes, 9 de septiembre de 2019

La república herida y el kirchnerismo milagrero


Sonríeme, hermano", le susurra al oído el pérfido emperador Lucio Aurelio Cómodo mientras lo abraza y lo besa como Judas, y le clava un estilete dorado en la espalda. Máximo Décimo Meridio, héroe de las guerras contra las tribus germánicas y gladiador popular, se encuentra a punto de salir a la arena del Coliseo para enfrentarse precisamente a Cómodo, en el combate decisivo de su vida y ante la vista del pueblo de Roma, pero resulta que ahora lleva bajo las corazas una herida secreta, está sangrando y la lucha será entonces desigual y más peligrosa que nunca. Máximo sale finalmente al ruedo disminuido y vulnerable; las posibilidades de triunfar y sobrevivir son mínimas. La escena cúlmine es quizá ficcional, aunque está inspirada en el libro canónico Historia Augusta y también en las peripecias de Espartaco, y fue escrita por el guionista de Gladiador. Mauricio Macri recordó esa secuencia del film de Ridley Scott cuando un fallo supremo, en las vísperas de salir a gobernar, lo obligó a fulminar el mecanismo de retención de fondos a las provincias, aquel truco genial del kirchnerismo para cacarear federalismo y practicar desde Balcarce 50 un severo régimen unitario de control, premios y castigos. Evocando aquel puntazo y aquel tambaleante derrotero del gladiador, el nuevo presidente acató y amplió la decisión, y trató de hacer de esa necesidad una virtud republicana, pero lo concreto es que a partir de aquel momento su capacidad de poder acusó una herida mortal. Limitado por sus propios principios, Cambiemos aceptó otras desventajas: derogó la ley de superpoderes y no quiso construir una Corte Suprema en sintonía con los requerimientos de la emergencia. Si no se hubiera conducido así, admito que muchos de nosotros lo habríamos criticado con dureza. Lo cierto es que fue como si a esa insidiosa herida bajo la coraza se le agregaran un brazo atado atrás y una venda en los ojos, y como si Cómodo hubiera ordenado soltar también a los leones. Existen muy pocos antecedentes en la historia occidental, y hace cien años que prácticamente no se registra en la Argentina, el hecho increíble de que un gobierno atraviese todo su período sin mayorías en ninguna de las dos cámaras del Parlamento. Fernando Henrique Cardoso, cuando hace unos días le contaron el récord, no salía de su asombro; le parecía una hazaña gobernar en esas condiciones inclementes. Aquella escribanía de la "década ganada", que le aprobó el noventa por ciento de sus proyectos a la arquitecta egipcia, se sentó en estos cuatro años a impedir, o en todo caso, a vender muy cara su tímida cooperación. Cuando el látigo no existe y la billetera es flaca, todo resulta cuesta arriba, en un contexto político, sindical y empresarial acostumbrado a actuar por el temor o por el oro, escasamente por el bronce. No dejemos afuera a algunos periodistas y presentadores, que libres del miedo (Macri no asusta a nadie) y sin recompensa o pauta publicitaria, pasaron de caniches a rottweilers. Para no ser malos fuimos estúpidos, podría decir un republicano medio. Tal vez lo fueron en un país donde imperan las mafias y los atajos; el populismo se transformó en sentido común y en una cultura natural y policlasista; el movimiento justicialista generó su propia oligarquía e intenta ser consagrado para siempre como el "partido único", y una facción antisistema opera en modo boicot y busca el colapso del otro, a quien no le concede ni siquiera la legitimidad constitucional. Si a eso le añadimos imperdonables errores propios de acción política y económica, y mala fortuna, tendremos un cuadro completo. Y podremos pensar en profundidad si era posible administrar con purismo republicano una nación corporativa, y corrompida por décadas de irrespeto a la ley y de menguado amor por la normalidad democrática. ¿Se puede ser un pacifista en un pabellón de asesinos múltiples?
Cuando hace unos días Paul Krugman, venerable articulista, cuestionó públicamente la estrategia económica y las sugerencias de madame Lagarde, lo hizo con el manual y por derecha: habría que haber aplicado una contracción fiscal aún más fuerte en la Argentina. El kirchnerismo utilizó la crítica al médico para fustigar al Gobierno, y ocultó convenientemente la enfermedad de fondo y los remedios que proponía el economista norteamericano. Pero más allá de esa picardía criolla, lo relevante es que el manual de Krugman no prevé ni sospecha la inédita economía bimonetaria en la que nos desempeñamos, ni los hábitos que aceptó una sociedad ganada por la lógica populista. Ni mucho menos la presencia activa del peronismo, sus corporaciones y sus adherentes extrapartidarios y todopoderosos: ellos forman la melaza espesa que impide navegar hacia un "país normal". El oficialismo perdió en las urnas por efectuar una contracción mucho más débil y menos dolorosa de la que Krugman recetaría. Y el caso Portugal, postulado ahora por el kirchnerismo como un modelo de "crecimiento sin ajuste", es una soberana mentira. El economista Eduardo Levy Yeyati dio la fórmula secreta del "milagro portugués": "Caída del salario real, eliminación del aguinaldo, aumento de la jornada laboral, emigración masiva a Europa, tres años de recesión". Y a pesar de todos esos esfuerzos, sin el Banco Central Europeo como garante y colocada esa misma nación en América Latina, estaría hoy igualmente al borde del abismo.
El asunto conecta con la ocurrencia del ilustre Guillermo Calvo, pronunciada pocos días antes de las primarias: "Cristina es lo mejor que le puede pasar el país; va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo". Cierta ortodoxia ama más la fortaleza que la república. Es por eso que en el siglo pasado se alió con el partido militar (creando el "fascismo de mercado") y luego con el partido populista (creando el menemismo). Pasión de los fuertes, y a los tibios que los vomite Wall Street. La pregunta, no obstante, es si efectivamente Cristina contrató a Alberto para que realice esa proeza. Porque la deuda se puede reprogramar; lo difícil va a ser bajar los impuestos, modificar las leyes laborales para hacernos competitivos, y poner en caja un Estado estrafalario e inviable, generado irresponsablemente por distintas capas de peronismo y llevado al cenit por los kirchneristas, que tomaron más de un millón de empleados públicos, que ingresaron a más de dos millones de jubilados sin aportes, que crearon un sistema de contratos y delirantes subsidios permanentes, y desplegaron todo un esquema de clientelismo crónico. Quizá tenga razón Calvo y al peronismo le disculpen estos mismos recortes homéricos (o aún peores) que ahora le impugnan al gato. Porque al final resultará imposible eludir los sacrificios de Portugal, compañeros.
Flota cíclicamente en el aire la idea de que era fácil y de que los padecimientos resultaban evitables; también que la Argentina genera la suficiente riqueza para vivir como pretende. Todos esos mitos facilistas del inconsciente argentino regresan, y aquí están entre nosotros, de la mano de milagreros reencarnados, a quienes les tendrán, eso sí, toda la paciencia del mundo. Ya se sabe: si el peronismo te regala una casa, lo votás hasta la muerte; si lo hace un republicano, le criticás la estética de los pisos y militás para que pierda. Los peronistas digieren el sapo más repugnante con tal de que se los sirva un peronista en bandeja de plata. Ya lo decía Máximo Décimo Meridio: "No nos ocurre nada que no estemos preparados para soportar".
LA NACION
8 de septiembre de 2019  

sábado, 7 de septiembre de 2019

El mundo creado por la Ilustración es el mejor que haya existido


BOLONIA.- Apocalipsis y redención: este es el clima; el mundo se desmorona, se acerca el día del juicio; urgen expiación y resurrección, penitencia y purificación. Se trata de gritar la catástrofe, de señalar a la "aberrante" civilización occidental; un réquiem indignado a la democracia representativa. ¿Todo esto tiene sentido? Es difícil razonar entre el estruendo de los tambores, el bombo que baten los medios, los gritos mesiánicos; distinguir las alarmas sensatas de las irrazonables, los ladridos de las picaduras: cuando la atmósfera se vuelve tan tóxica todo se reduce a dos extremos, dos polos, como quieren los redentores. Pero la vida y la historia son más complicadas que esto, y caer en la trampa maniquea no es sabio ni útil: los historiadores deberíamos servir para eso; para poner las cosas en perspectiva.
Vistos a la luz de la historia, los vientos milenaristas no son nuevos en absoluto; son recurrentes y más o menos siempre iguales. Para quienes la vivieron o la estudiaron, la "bomba demográfica" causó en su momento reacciones histéricas: ¡el mundo tenía sus días contados! La escena se repitió con el agotamiento de los recursos naturales: la civilización se está acabando. ¿Y la democracia representativa? Dada por muerta innumerables veces, ha sido combatida de mil maneras.
En retrospectiva, sabemos que fueron alarmas exageradas; no hubo apocalipsis. Gracias a la mayor prosperidad, el crecimiento de la población va estabilizándose: muchos países perderán habitantes. Gracias al progreso de la ciencia y a las revoluciones agrícolas -a las mejoras que los catastrofistas siempre olvidan considerar- los recursos son más abundantes. En cuanto a la democracia, ¿qué decir de ella? Es cierto que pasa por un mal momento y necesita reformas; pero si miramos la historia, su difusión, flexibilidad y adaptabilidad son sorprendentes.
¿Significa que el cambio climático, la desigualdad social, la crisis de la democracia, todos los síntomas del malestar de nuestra época son infundados? Claro que no: son reales, serios y peligrosos. Pero deben ser analizados y abordados con racionalidad; todo lo contrario del enfoque milenario en boga: la corrección de errores, la perspectiva reformista, la confianza en el conocimiento, las buenas instituciones han permitido superar las crisis del pasado; son las que servirán para ganar en estas también, son el mejor legado de la Ilustración, nacida en Occidente pero cada vez más generalizada. Por otro lado, el milenarismo es una reacción emocional que no solo no ofrece respuestas, sino que inhibe las que serían necesarias, alejando las soluciones: tanto el milenarismo xenófobo y autoritario como el moralista y pobrista.
No serán las cruzadas contra el capitalismo, la democracia liberal, la razón y Occidente lo que nos va a permitir superar los desafíos de nuestros tiempos, como tampoco permitieron superar los desafíos del pasado. No se hallará la respuesta cerrándose dentro de las fronteras ni soñando con Arcadias que nunca existieron. Por la obvia razón de que todos tienen derecho a progresar y mejorar las condiciones de vida, y que el "progreso" ensucia, la tecnología genera desigualdades y la fuga de la pobreza no tiene éxito para todos al mismo tiempo; ni en el mundo capitalista y en el mundo no capitalista.
Para enmendar las distorsiones, para ampliar las oportunidades, necesitamos un enfoque pragmático y racional, no apocalíptico y emocional; más ciencia, no más fe; tenemos que aplicar mejor las herramientas que hemos aplicado hasta ahora y crear nuevas, no tirarlas por la borda como si fueran chatarra.
A fuerza de repetir que el mundo nunca ha sido más inseguro y belicoso, injusto e infeliz, cínico y peligroso, la percepción se impone. Pero eso es falso; descaradamente falso. No lo digo yo, lo dicen los datos: por desagradable que sea o que nos pueda parecer, el mundo creado en solo doscientos cincuenta años por la revolución de la Ilustración es, con mucho, el más próspero, saludable, educado, pacífico e interesante que haya existido; y la tendencia es a mejorar, aunque no le hagamos caso a ese dato. Y a mejorar no para el 0,1% de la población, sino para la mayoría de la humanidad, cosa que en cualquier época del pasado habría resultado impensable: es bien sabido por quienes, entre un capítulo y otro de Thomas Picketty, estudiaron a Angus Deaton o Steven Pinker.
No es triunfalismo ni consuelo, eso sería absurdo: hay demasiada hambre e injusticia, pobreza y enfermedad; pero la verdad es que nunca antes había habido una cuota tan baja de "descartados". Hay que corregir y ajustar el curso pero ¡ay de abandonarlo!
La realidad, a diferencia de los relatos apocalípticos, goza de poca popularidad. Siempre ha sido así. ¿Cómo se explica ese fenómeno? Las razones de esta "distorsión cognitiva" son diferentes: los psicólogos las han estudiado. A mí me preocupa especialmente otra: la persistencia, en nuestra cultura, del pensamiento "historicista", de la idea de que la historia tenga una finalidad: ya sea el plan de Dios o las "leyes" evolutivas. Es una idea de origen religioso, precientífico, heredada por algunos sistemas filosóficos, el marxismo en primer lugar: la historia como redención, como salvación. Esta visión providencialista no evalúa el mundo tal como es, no aprende de los errores para mejorarlo: lo juzga por cómo supone que debería ser y, por lo tanto, lo condena; denuncia el apocalipsis para reclamar la redención. Nadie lo explicó mejor que Karl Popper, quien dedicó páginas admirables a la "miseria del historicismo".
Sin embargo, la historia tal como es resulta mucho más reveladora que la historia tal como debería ser. Nos dice que no todos tienen la misma razón para evocar el apocalipsis; que muchos de los que ladran a la luna harían bien en mirarse en el espejo: si en una época el 30% de los chilenos eran pobres contra apenas el 10% de los argentinos, y ahora las cifras están invertidas; si Italia viene detrás de todos en innovación y crecimiento en la Unión Europea; si durante décadas Venezuela acogió a millones los migrantes que hoy expulsa a países que fueron mucho más pobres que ella; si Vietnam, al que Cuba enseñó a producir café, se ha convertido en un importante exportador de ese producto, mientras que La Habana lo importa y raciona; si desde que la isla introdujo la propiedad privada y la economía de mercado ha reducido la pobreza que los cubanos sufren en masa; si a algunos les fue bien y a otros les fue mal, ¿por qué invocar como causa de todos los males a los grandes sistemas, la crisis de Occidente o la alicaída democracia?
Será suficiente tener el coraje de reconocer los errores y corregirlos; y la paciencia para esperar que las correcciones den fruto. Si pensáramos fríamente entre los vapores de la ira, nos parecería evidente.

Fuente: LA NACION - Crédito: Alfredo Sabat
4 de septiembre de 2019  
Ensayista y profesor de Historia en la Universidad de Bolonia


domingo, 18 de agosto de 2019

PASOS DESTEMPLADOS


PASOS DESTEMPLADOS
Otra novela de  Alejandro Marin




Un asesinato ocurrido en la ciudad argentina de Rosario enfrenta a Jordi Gonorria, economista y cocinero y a su amigo Quito Verdudo, comisario retirado de la policía federal, con un nuevo misterio.
El narcotráfico, que infesta Rosario; los nunca del todo revelados secretos del nazismo en la Argentina  de fines de los años cuarenta del siglo pasado y los fraudes financieros internacionales, constituyen el escenario que transitarán, buscando el rastro que los lleve a dilucidar el hecho.
En el camino los acompañan viejos amigos, personajes literarios, otros de carne y hueso que han dejado sus huellas, caracteres pintorescos y las vicisitudes de la relación  de nuestro economista con su nueva novia.
Historia contada en forma ágil y amena,  a la que no le faltan historias culinarias y recetas de platos sabrosos, reflexiones sobre la actualidad económica y situaciones que sorprenderán al lector.

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